sábado, 23 de mayo de 2009

Muriendo de nuevo


La base del ensayo-error. La muerte rápida, pícara a la par que estimulante. En 1989 una fábula inspirada en Aladino y la lámpara maravillosa, uno de los relatos de Las mil y una noches, fue trasladada al universo del píxel dando lugar a un videojuego que pocos se atreverían a no catalogar de clásico. Prince of Persia, creado por el autor del olvidado Karateka, Jordan Mechner, supo romper con el concepto plataformero de Super Mario Bros, que aun aprovechando las características del entorno, daba prioridad a la presencia de los enemigos en pantalla como obstáculo para el avance del protagonista. Prince of Persia supo cambiar esta dinámica para convertir el entorno en una viva boca del lobo, donde nuestro personaje tenía que burlar todas las trampas perfectamente diseñadas para sesgarle la vida en el momento más inoportuno de la aventura. En este marco, los vigilantes-enemigos del juego aparecían como una parte más de este engranaje monstruoso, pero ni de lejos representaban la fuerza de la tremenda dificultad característica del título. Más bien servían como fuente de ubicación dentro de los pequeños pero laberínticos escenarios del juego.

Casi 20 años más tarde, Prince of Persia Classic nos trae la viva esencia de esta obra de culto de las dos dimensiones, y lo hace con un aspecto renovado cuyo origen reside en los diseños creados en la pasada generación, cuando el Príncipe renació de las cenizas gracias a Ubisoft y nos sorprendió con ese gran e infravalorado Prince of Persia y las arenas del tiempo. Prefiero no referirme a Prince of Persia 3D. Pues bien, Qué nos aporta este remake del viejo título? A primera vista, poca cosa, puesto que efectivamente se trata de la misma obra, con un más que decente pulido gráfico, un notable trabajo de iluminación y unas animaciones fantásticas (como ya lo fueron las del juego de 1989, captadas a partir de una persona real). No obstante, no puedo hacer más que recomendar el título fervientemente a todo el mundo.

Las razones, ahí las dejo. En un tiempo en el que prima la velocidad de juego por encima de la concentración del jugador, Prince of Persia Classic nos devuelve al pasado en tan sólo 10 segundos de juego. Recuperaremos la vetusta precisión milimétrica y nuestra simbiosis con el pad o moriremos ensartados como pinchos morunos. Esta es la ley decretada por Prince of Persia Classic, un reto en el que sufriremos una y otra vez pese a recordar que, cuando eramos niños, caíamos en la misma trampa. Los nuevos movimientos con la espada y las, digámoslo, desesperantes y "modernas" luchas no harán más que incentivar un desasosiego enterrado en nuestras neuronas, ahora acostumbradas a liberarse y desmelenarse con las notas de Guitar Hero.

Prince of Persia Classic no es, pues, tan solo un remake; es el reencuentro con ese jugador que llevamos dentro, el que había lanzado más de un mando al suelo y después lo había inspeccionado minuciosamente esperando no encontrar ralladas o alguna parte realmente destrozada. Una declaración de amor al jugador de siempre que también se atreve a desafiar a los recién llegados, sector que posiblemente tirará la toalla antes de poder salvar a nuestra querida princesa en los 60 minutos de locura que nos propone el juego. O no.

Para que veáis que no son tan malos, los chicos de Ubisoft se han dignado a incluir checkpoints que facilitan la tarea entre partes del escenario. Eso no quita, para nada, que Prince of Persia Classic vuelva con la misma fuerza y magia para seducirnos de nuevo.

La voz de la experiencia


“Para ser un buen periodista, primero hace falta ser una buena persona”. Estas palabras resumen perfectamente la concepción que el reportero polonés, Ryszard Kapuscinski (1932-2007), tenía del periodismo. Una profesión que lo llevó a recorrer el mundo para describir la realidad de los países más pobres y conflictivos de África, Asia y América Latina. Obras como El emperador, El Sha o El Imperio dan fe de ello presentándonos unos cuadernos de viaje llenos de dramatismo y de denuncia.

La obra que nos ocupa, Los cínicos no sirven para este oficio, publicada en el año 2002, se inscribe en la madurez del autor, que aprovecha su dilatada experiencia en el campo de la información para ofrecernos una visión personal del periodismo, bebiendo de la retrospectiva para explicar el pasado, describir el presente y diseñar el futuro de esta profesión. Planteado como un diálogo y entrevista, el libro se divide en tres partes bien diferenciadas: la primera hace referencia al encuentro que, en el año 1999, Kapuscinsky mantuvo con jóvenes periodistas en el marco del VI Congreso “Redactor Social”, y representa una convincente reflexión sobre la ética periodística, así como un profundo canto a la vocación frente a las adversidades de este modus vivendi.

El segundo apartado de la obra debe su origen a una entrevista que el periodista y fotógrafo Andrea Semplici realizó a Kapuscinsky en el citado congreso de 1999, El tema que preside esta segunda parte es la evolución histórica del continente africano después de la descolonización post Segunda Guerra Mundial. Aquí aparece la versión más crítica del periodista polonés, que, después de repasar la trayectoria de importantes líderes africanos como Kwane Nkrumah, explica las causas que han conducido a África a ser un continente cada vez más pobre y olvidado por todos.
El último segmento del ensayo nos presenta un choque verbal entre dos genios, Kapuscinsky y John Berger, crítico de arte que ha dedicado su fastuosa carrera a concebir la vida de los agricultores. La actividad itinerante del primero y el sedentarismo del segundo se entremezclan para crear un relato lleno de vivencias donde destaca, por encima de todo, la admiración recíproca de los dos autores.

Grosso modo, Los cínicos no sirven para este oficio supone una travesía de Kapuscinsky por los males del periodismo actual, que el autor identifica con el crecimiento excesivo de las grandes corporaciones, y el poder que se desprende de éstas, y con la instrumentalización política de los medios de comunicación. Pero lo que realmente prevalece de esta obra es que Kapuscinsky, emulando a su admirado Heródoto, fue un gran observador de los conflictos de su tiempo y al mismo tiempo el cronista de un mundo completamente desconocido que supo adaptar al prisma de la cotidianidad. En definitiva, estamos delante de un bello ensayo, la tesi del cual clama por una meta llena de bondad y de esperanza. El deseo de un periodismo honrado y comprometido.

Va de aforismos...

Los aforismos son pequeñas píldoras de conocimiento concentrado, generalmente expuestas por personas ilustres o famosas. Exponen sentencias de índole moralista, pero no por ello suelen renunciar al sarcasmo. Y debo reconocer que eso me gusta.

Gustave Flaubert, escritor de la famosa obra Madame Bovary, pronunció en su día la siguiente afirmación: “Tres condiciones se requieren para llegar a ser felices: ser imbécil, ser egoísta y gozar de buena salud; pero bien entendido que si os falta la primera condición todo está perdido”.

Aunque sabemos que Flaubert tenía una visión pesimista del ser humano y de la vida, este aforismo me parece brillante ya que anuncia verdades como templos. No negaremos que hay muchos momentos de felicidad en nuestras vidas, pero también es cierto que hay gente que lo ve todo de color de rosa y prefiere engañarse antes que reconocer que, como todos, también tiene problemas en determinados momentos. He aquí una forma simple e irónica de ponerlo de manifiesto.

sábado, 16 de mayo de 2009

Tango

Ocho minutos de cuerpos superpuestos y acciones solapadas. Este corto, que lleva por nombre Tango, es una obra del cineasta polaco Zbigniew Rybczynski, creador de numerosos cortometrajes experimentales como este que les presento. Tango, que ganó un Oscar en el año 1983, plasma con maestría la barroquización visual a través de 36 personajes que aparecen en un único plano fijo y desempeñan acciones determinadas que se entrecruzan en el espacio y en el tiempo. En breves instantes se pasa del caos más absoluto al silencio inicial, y todo con una técnica simple pero a la vez fascinante.

Aprendizaje


Nunca me ha gustado definirme. Creo que etiquetar las aptitudes o características de una persona bajo un único concepto es tapar todos los matices y partes del engranaje que dan vida al ser o elemento a describir. Nos piden que definamos nuestro blog con una palabra que recoja en gran parte su esencia, sin olvidar, como ya he dicho antes, que esta palabra sólo contendrá una pequeña porción de lo que representa el todo. La palabra con la que voy a describir mi blog no es otra que aprendizaje. No un aprendizaje de los compañeros que lo visitan, que eso lo identifico más como un intercambio de información, sino de un aprendizaje personal. El hecho de poseer un blog y tener que elaborar una entrada te obliga a ilustrarte a ti mismo para poder expresar y transmitir los mensajes a los demás.

Muchas cosas ya las sabemos o aprovechamos ciertos temas para hacer correlaciones de ideas, pero lo cierto es que, en más de una ocasión, tenemos que llevar a cabo un proceso de documentación. Y es en ese camino hacia el conocimiento donde nosotros realizamos un ejercicio de aprendizaje que difícilmente olvidaremos. El escrito sobre un tema determinado ha quedado colgado en el blog, pero la huella del saber lo ha hecho en nuestra mente, y creo que esta es una de las grandes virtudes de esta herramienta online.

domingo, 10 de mayo de 2009

El viaje de Sonyhiro


Una locura en forma de post conversacional. Este es el último reto propuesto por José María Perceval en la clase de cultura del lunes pasado. Cruces tan metrosexualmente lisérgicos como el de Sawyer de Lost y Freddie Mercury, o tan diametralmente opuestos como el de Bécquer y Maciá. La fantasía que aquí van a encontrar es, si cabe, más descacharrante de lo que puedan imaginar. Un cruce entre Hayao Miyazaki y el protagonista de la obra Crimen y Castigo, Rodion Romanovich Raskolnikov.

La quedada tendría lugar en un sitio donde todo es posible: la mente de Miyazaki. Se encuentra en su estudio el viejo dibujante japonés, pensando en una nueva obra después de firmar Ponyo en el acantilado. El hombre está espeso y decide echarse un rato antes de proseguir con su trabajo. De repente, cae en un profundo sueño. El viaje al subconsciente lo traslada a una extraña dimensión donde los fondos están compuestos por retazos de su obra. Detrás de un árbol se percibe la sombra de Totoro, una avioneta comandada por Porco Rosso surca los cielos dejando una visible estela a su paso y, a lo lejos, la estampa de una niña parece saltar por encima de las olas. En medio del paisaje, una mesa redonda y pequeña alberga la figura de un hombre joven. El bueno de Hayao se acerca lentamente a la mesa y decide sentarse y hablar con él.

H: Hola chico, mi nombre es Hayao Miyazaki. ¿Cómo te llamas, hijo?

R: Mi nombre es Rodion Romanovich Raskolnikov, aunque todos me llaman Raskolnikov a secas. Suena mejor y así evito el chiste fácil de las tres erres, dice el joven.

H: ¿Raskolnikov? ¿Ese no era el nombre del protagonista de Crimen y Castigo, la famosa obra de Dostoyevski?

R: Sí, eso parece.

H: Caramba, no esperaba cenar con una creación del autor que influenció al suicida Yukio Mishima

R: Perdona???

H: No, nada. Estaba pensando en voz alta. Y, dime, ¿qué estás haciendo aquí?

R: Yo? Nada en especial. Bueno, sí, estaba reflexionando un poco sobre la vida y esas cosas.

H: La vida, eh? Qué experiencia tan maravillosa. Todo es luz y color, alegría y pureza. Aaahh, qué aire más puro se respira por estos lares…

R: Color, alegría y pureza? Me parece que no tenemos la misma visión del mundo. Para mí todo es gris, triste y carente de sentido.

H: Algo habrás hecho o te habrá pasado para pensar así siendo tan joven, no?

R: Padre, perdóname porque he pecado…

H: Padre? Me has visto con cara de llevar sotana?

R: No, pero es lo que siempre se dice cuando uno se confiesa…

H: Dime, pues, qué es lo que has hecho…

R: He matado, y todo por dinero.

H: No soy cura, pero eso no tiene perdón de Dios. Cada árbol, cada flor, todo está repleto de vida y tú, te arrepientas o no, has sesgado una.

R: Y qué puedo hacer?

H: A partir de este momento, sólo te queda amar con todo tu corazón…y, de paso, entregarte a la ley, que veo que no estás mucho por la labor.

R: Sí…supongo que algún día lo tendré que hacer, pero es que no sabes el frío que hace en los viejos campos de Siberia. Y, además, está Sonya

H: Si tienes frío, imagina que te encuentras en una playa llena de peces voladores y ya verás como el frío se te quita de golpe. ¿Quién es Sonya?

R: Es una chica…verás, ejerce de meretriz, pero lo hace por su familia. La quiero…

H: Eso está bien. Más o menos lo que hizo Chihiro, en ese caso limpiar un balneario de dioses para salvar a sus padres, que estaban convertidos en cerdos. Si es que tengo más mala leche de lo que parece…

R: Ya lo veo, jajaja

H: jeje…

Y así, con su característica tranquilidad, Hayao Miyazaki despierta de su sueño. Y lo hace con una sonrisa en sus labios, sabedor que la inspiración ha llegado a él. Lo tiene claro: su próxima obra se llamará, no El viaje de Chihiro, sino El viaje de Sonyhiro. Una historia sobre la Rusia de finales del s.XIX, donde la protagonista, Sonyhiro, pasa de prostituirse para salvar a su familia a hacer un viaje a los campos siberiano. Una experiencia de trabajos forzados que ni ella ni su amado Raskolsasuke, encerrado por un asesinato, olvidarán jamás.

sábado, 9 de mayo de 2009

La alma del niño


Me piden en clase de cultura que elija a un personaje, ya sea real o ficticio, y exponga unas cuantas razones para su defensa. Había pensado en varios, pero al final me he quedado con uno muy especial: Hayao Miyazaki, el mejor mangaka habido y por haber y del cual precisamente esta semana he visto su última película de animación, la brillante Ponyo on the cliff by the sea.

¿Por qué me siento identificado con el personaje?

A pesar de no haber leído o visionado todas sus obras, me siento identificado con este dibujante japonés porque es un artesano de la animación que no ha cedido al modelo mercantilista de la industria del manga. Para el que no lo conozca, es el creador de obras tan significativas como Mi vecino Totoro o El viaje de Chihiro.

Valores del personaje:

El mayor de ellos es su visión artística y personal de la animación, que le ha convertido en todo un creador de mundos llenos de vida y fantasía que se saltan las reglas canónicas del manga más comercial. Además, Miyazaki siempre dota sus obras de un sentido ecologista y en defensa de la naturaleza. Unos valores que se entremezclan con la humanidad de sus personajes para construir unos relatos de una gran belleza plástica y de un discurso conmovedor tanto para niños como adultos.

Si tuviera que trabajar sobre este personaje, ¿qué punto destacaría?

Si tuviera que abordar su figura, me centraría sobre todo en el amor con que da vida a cada una de sus obras, con unos personajes que son fruto de un auténtico derroche de imaginación. Por eso, no es de extrañar que comúnmente Miyazaki sea conocido como “El Walt Disney japonés”.

¿Qué papel adoptaría en el mundo del personaje?

Ante todo, me conformo con ser un mero espectador que tenga el privilegio de ver sus creaciones, pero si tuviera que adoptar por fuerza un papel dentro de su mundo, me gustaría ser el clásico personaje secundario. Alguien que pudiera contemplar de cerca todo el torrente de magia que se reproduce en la obra y que también pudiera hacerse partícipe de esta.

¿Qué ha aportado a la sociedad?

Una obra que discurre a través de numerosas películas de animación elevadas, prácticamente, a la categoría de arte. Ha roto con el afán de lucro propio de la industria del manga y ha demostrado que, aunque pase el tiempo, la animación tradicional, si es de calidad, puede competir e incluso superar a las grandes obras de estudios como Dreamworks. Todo esto sin renunciar a esa alma de niño encerrado en el cuerpo de un adulto que, junto al estudio Ghibli, le ha conducido a dejar un sello imborrable dentro de la cultura japonesa.

¿Crees que merecería ser objeto de estudio o ser protagonista de un producto específico?

Por supuesto. Si estuviera en mi mano, haría un producto audiovisual que repasara la trayectoria del personaje alrededor de dos ejes paralelos: su faceta como persona y como artista. Destacaría su figura y la del estudio Ghibli en algo muy complicado de hacer: enseñar valores a los niños y hacerlo, al mismo tiempo, con una maestría capaz de ser percibida por los adultos. Para reencontrarnos, si cabe, con esa alma de niño que todos guardamos dentro.

sábado, 2 de mayo de 2009

La bomba celestial


Recientemente leía Watchmen y descubría una obra totalmente imprescindible. En 1986, Alan Moore y Dave Gibbons supieron romper con la tradición superheroica para presentarnos un universo donde los superhéroes no responden a un tratamiento idealizado, sino a un perfil tremendamente realista que lleva al autor a cuestionarse, continuamente, la cordura, emociones, moralidad y sentimientos de unos vigilantes de carne y hueso enfundados en pomposas mallas. Son personajes que, por alguna extraña razón o simples motivaciones personales, decidieron ponerse una máscara y empezar a combatir el crimen. De toda la entrañable plantilla de Watchmen, hay un personaje que me gustaría destacar, y no es otro que Jon Osterman, popularmente conocido como el Doctor Manhattan.

Jon Osterman es una pieza clave para entender Watchmen. Es el único superhéroe de la obra que puede ser catalogado como tal, ya que realmente posee poderes sobrenaturales, fruto de un accidente nuclear. El Doctor Manhattan puede crear o destruir la materia, así como teletransportarse en el espacio. Sin embargo, hay un factor que convierte al Dr. Manhattan en algo más que un personaje que sufrió un accidente radioactivo, y es la posibilidad de saber todo lo que va acontecer en el futuro. Las acciones de la gente, los cambios en el mundo e incluso su mismo destino son percibidos por el personaje como elementos que están en constante evolución con un tiempo inmutable. De ahí que en Watchmen se explique que cuando la sociedad americana descubrió al Dr. Manhattan, se dijeran cosas como “Dios existe y es americano”. En efecto, el accidente convierte a Osterman en un semidiós, un ser irreductible que en términos bélicos pasa a ser una auténtica amenaza mundial. Dicho de otra manera, el que un día fuera el inteligente hijo de un relojero, constituye más tarde la mayor arma de destrucción masiva de la historia de la humanidad. Una arma que, en poder de los E.U.A, cambia el curso de los hechos y conduce al pueblo americano a la victoria en la guerra del Vietnam.

En aras de entrar en una hipotética tercera guerra mundial entre E.U.A i la URSS, el Dr. Manhattan se erige en la baza del pueblo americano para acabar con la amenaza comunista. Una idea que se va al traste cuando en la opinión pública se lanza el rumor de que el contacto con Osterman provoca cáncer. Vilipendiado por un pueblo al que había prestado su ayuda, el personaje decide abandonar la tierra y viajar a Marte. Es un momento cumbre y maravilloso de Watchmen en el que Osterman reflexiona sobre el ser humano ante la inmensidad y vacuidad vital del planeta rojo. Su percepción milimétricamente perfecta de los sucesos que tienen lugar en el mundo choca irremediablemente contra la teórica espontaneidad del ser humano, de las emociones. Todo lleva a una decepción del personaje con la raza humana y a un triste auspicio de la resolución de tan gran novela gráfica, adaptada recientemente al cine.

sábado, 25 de abril de 2009

Ese inquietante hombre de paja


Desde que era niño, siempre he sentido cierta curiosidad por los espantapájaros. Creados con todo tipo de materiales y ataviados con ropajes singulares, los espantapájaros representan un intento más del hombre por controlar la naturaleza y dominarla a su antojo. Son figuras errantes, sin rostro, que aguardan silenciosamente entre los campos mientras los defienden de posibles amenazas.

El significado del vocablo proviene del inglés, scarecrow, que no quiere decir otra cosa que espanta-cuervos, dado que estas carroñeras aves tienen, entre sus prácticas comunes, la costumbre de arrasar los campos para comerse las semillas recién plantadas. Lo que me fascina de este invento es la mitología que lo rodea y su retrato en los diferentes medios de expresión. Dentro de la cultura popular, encontramos desde un espantapájaros que quería tener la inteligencia humana en El mago de Oz hasta un espantapájaros que deseaba acabar con Batman en los comics del célebre superhéroe de DC. E incluso pudimos ver cómo en la segunda entrega de Jeppers Creepers, el monstruo se camuflaba entre los campos de trigo adoptando la forma de un espantapájaros.

Tan simple y misteriosa a la vez, la figura del espantapájaros ha ido mutando con el paso del tiempo y ha ido adoptando formas que obedecen a modelos culturales de una nación. Prueba de ello es el video que les adjunto para cerrar esta breve entrada de hoy. Si creían que lo habían visto todo en materia de espantapájaros (si es que se pueden englobar dentro de una materia), vean cuál es el concepto que tienen los japoneses de estos muñecos de trapo. Realmente pone los pelos de punta.

lunes, 13 de abril de 2009

El ocio como forma de conocimiento


En Tiempos modernos, Charles Chaplin se servía de su ironía y sarcasmo para construir una crítica demoledora de la nueva sociedad industrial, un modelo que supo transformar los sistemas de producción gracias a la esclavización y explotación de los trabajadores. La película es del 1936, momento en que E.U.A todavía luchaba por salir de la gran depresión, la crisis económica más importante del siglo XX. Han pasado más de 70 años desde que el personaje de Charlot intentara aprovechar, sin éxito, su “tiempo libre” en la fábrica para comer, y podemos decir que nuestra situación ha cambiado diametralmente. Por suerte, las condiciones de trabajo respecto a los inicios de siglo han mejorado muchísimo, las horas de trabajo se han reducido y los periodos vacacionales aumentado para que la vida diaria tenga algún aliciente. Por otro lado, la crisis económica continúa y a diferencia de antes, el trabajo es cada vez más precario y con menos posibilidades de acoger la gran demanda de la población activa.

Decía que el tiempo de ocio ha aumentado para que la vida tenga algún aliciente, pero también lo ha hecho para que nuestro rendimiento laboral sea más alto y para que el sistema capitalista esté plenamente legitimado. A más descanso, más alegría y energía para afrontar la nueva jornada de trabajo. Hoy todavía se dan protestas sindicales con mayor o menor grado de seguimiento, pero nada tiene que ver con las sangrantes reivindicaciones obreras que se produjeron desde mediados del siglo XIX y durante gran parte del XX. Nos hemos convertido, pues, en felices marionetas del sistema con el único objetivo común de señalar en el calendario cuándo se avecinan los próximos días festivos. Hasta ahora, y a lo largo de los años, el tiempo libre ha sido sinónimo de abstracción: ferias ambulantes, circos, el cine o la misma cultura del alcohol han servido para desconectar, para olvidar fugazmente que mañana espera otro duro día de faena.

En este proceso, tal y como comenta mi compañero Imanol, sólo los hombres que han dispuesto de un ocio prolongado han aportado su conocimiento para mejorar o empeorar la sociedad. Desde los filósofos griegos, pasando por los pensadores religiosos como Tomás de Aquino, científicos como Copérnico o Galileo hasta los ilustrados del siglo XVIII. Todos ellos, con matices y disciplinas muy alejadas entre sí, han aportado su granito de arena a la cultura universal gracias a tres factores: la mayoría de ellos han sido hombres de una clase social alta y, consecuentemente, han dispuesto del tiempo necesario para desarrollar y cultivar su intelecto o, en el caso de algunos científicos, de invertir el dinero necesario en proyectos útiles.

Personalmente, me interesa mucho esta idea de gozar del tiempo de ocio para ampliar el conocimiento. Más que nada porque en la competencia que está creciendo en el mercado laboral ya no hay lugar para la solidaridad del trabajo en grupo. Es duro reconocerlo pero la imagen de los obreros trabajando juntos en la fábrica de Tiempos modernos está desapareciendo en pos del darwinismo académico. Sólo los más fuertes profesionalmente hablando serán aptos para desempeñar las funciones que requerirá el trabajo del mañana. Y, volviendo de nuevo a la idea del ocio, la única vía para ser competentes en este nuevo panorama laboral consistirá en emplear nuestro tiempo libre en formarnos culturalmente y en especializarnos. Quedará poco lugar, ya, para la abstracción antes comentada. Si es que algún día ha existido como tal.

miércoles, 8 de abril de 2009

Día gris


Son días de teórico relajamiento, tranquilidad e intentos por salir de la rutina. Fuera, un temporal más propio del duro invierno que ya hemos dejado atrás arremete violentamente contra toda muestra de vida primaveral. Aquí va un haiku, clásico poema japonés de tres versos de 5, 7 y 5 sílabas, que he compuesto para la ocasión. Mañana será otro día.

"Oigo el viento
Las nubes se agarran
La calma muere"

sábado, 28 de marzo de 2009

Cultura y poder: una simbiosis peligrosa

En los últimos tiempos, la palabra mainstream ha adquirido un significado importante a la hora de referirse a la corriente principal de la industria, es decir, aquella que impone un modelo de producción y comercialización destinada al gran público y a satisfacer una determinada visión del mundo. Este concepto que ahora parece tan moderno, tiene que ver y mucho con el uso y la manipulación de la cultura que siempre se ha hecho desde los altos estamentos sociales, sólo que ahora se da en el marco de las sociedades neoliberales y consumistas. El otro día, José María Perceval nos proyectaba en clase este video sobre el film Olympia, de la directora alemana Leni Riefenstahl. En él, la cineasta nazi por antonomasia presenta una visión de la Grecia clásica que, como no podía ser de otra manera, responde al canon ideal de belleza. Al final del video, la perfección formal de las esculturas se tiñe con el brío y los cuerpos de unos hombres atléticos que constituyen la expresión de la raza aria, del ser superior. Cualquier persona que vea este metraje sin tener en cuenta su contexto, 1936, puede perfectamente pensar que se trata de una obra a tener en cuenta, ya que de por todos es sabido que Riefenstahl tenía muchas virtudes como cineasta, al margen de su vínculo con Hitler y el nazismo. No deja de ser peligroso, pues, el hecho de juzgar la cultura y todas sus vertientes de una forma aislada, ya que detrás de cada cuadro, escultura o canción se esconde un mensaje claro que puede ser leído fácilmente entre líneas si se valoran las tendencias, ideologías o sistemas de gobierno de un lugar y un tiempo específico.

Así, no se hace difícil comprobar cómo las obras de Ivo Saliger tuvieron un efecto inconsciente? En el moldeamiento del superhombre alemán. O que el discuro de pensadores como Houston Stewart Chamberlain o el mismo Nietzche (hay dos posturas enfrentadas respecto a esta relación) reforzaran el antisemistismo alemán. Sea como sea, lo que hay que tener en cuenta es que toda producción cultural, sea bienintencionada o no, puede ser manipulada para describir un ideario que reafirme y legitime una posición de poder. Y esto es un problema de gran magnitud que, aún hoy, sigue vigente a pesar de que las circunstancias hayan cambiado.

Recuerdo que hace unos años mi padre viajó a Polonia, y aprovechó la estada para visitar Auschwitz-Birkenau, el campo de exterminio más famoso de la era nazi. Digo famoso, ya no por la trascendencia y número de víctimas que generó, sino por el revuelo mediático que hoy todavía conserva, como si no hubieran existido más campos de concentración. Pues bien, por lo que me contó mi padre y las fotos que trajo y pude ver, ese lugar se ha convertido en un auténtico museo del horror, una atracción a la que muchos acuden para ver cuán espeluznante es el vetusto campo de exterminio. Pelos, ropajes, objetos y, si me apuran, cenizas de judíos se muestran ante el gran público como si fueran viejas piezas de arte. Por un lado, está bien que el lugar se mantenga como el ejemplo a no seguir y como una muestra de un holocausto que nunca ha de caer en el olvido, pero creo que convertirlo en un “museo” por el que pagar entrada es una opción de negocio vil y vergonzosa (todo sea dicho). Si alguien quiere concienciarse de una forma más personal y menos mediática sobre el tema recomiendo la lectura de By Bread Alone, de Mel Mermelstein, que fue el único superviviente de su familia en Auschwitz.

Con todo, sólo me queda apuntar de nuevo este carácter dual de la cultura ya comentado, para que no nos dejemos empujar por espirales como el que llevó a la "feliz Alemania" del nazismo a cometer la masacre más importante de la historia de la humanidad. La cultura y el poder están más unidos de lo que parece, así que nos conviene pensar más en ello y ser cautos. Sólo así conseguiremos no caer en el etnocentrismo propio del mundo occidental o en una suerte de darwinismo social-cultural que motive la opresión de la pluralidad.

jueves, 26 de marzo de 2009

La reproducción del mito pixelado


“Antes del mar y de las tierras y de lo que todo lo cubre, el cielo, era único el aspecto de la naturaleza en el orbe entero, al que llamaron Caos, masa informe y enmarañada y no otra cosa que una mole estéril y, amontonados en ella, los elementos mal avenidos las cosas no bien ensambladas”

Con esta cosmogonía sobre el origen del mundo, el autor latino Ovidio iniciaba, hace ya más de 2.000 años, una obra que recogería el mito griego y lo transformaría para crear un compendio perfecto de estas fábulas eternas: Las Metamorfosis. Su influencia en la cultura occidental es totalmente innegable, y el videojuego, como medio moderno que es, también se ha sumado a esta tradición. Don’t Look Back, que descubrí recientemente gracias a Hadouken, se ciñe perfectamente a este concepto ya que recoge un mito conocido por todos como es el de Orfeo y Eurídice y lo rebaja a la simplificación de un píxel agobiante que no hará más que recordarnos que estamos en el inframundo. Lo que me interesa del caso es que se parte del mito para recuperar una forma ochentera de concebir videojuegos que, sin abandonar el Caos y la diversión instantánea, cobra ahora un significado mucho más amplio. Una fórmula ya vista que cuenta con una perspectiva acorde con los nuevos tiempos y que desemboca en joyas como esta pequeña gran obra. Don’t Look Back cuenta con grandes momentos (esa inquietante lluvia, la aparición de un Cerbero reducido a la mínima expresión) pero el que más me ha gustado es, sin lugar a dudas, el fundido en negro que deja a nuestro personaje como único referente en la acción. Un pasaje que me ha recordado al también brillante capítulo de Gears of War2 en que te encuentras dentro de un Locust gigante, igual que Jonás dentro de la ballena, y pierdes la noción del espacio al moverte entre las vísceras del elefantiásico animal.

Después de acabarme el juego, ayer releía fascinado el gran artículo que Stan By escribió sobre mito y videojuegos para la ya difunta Superjuegos Xtreme. Un texto que repasa las grandes aportaciones que ha dado el sector a nivel referencial, como el viejo Athena de 1986, título del cuál he escuchado hablar pero no he tenido el gusto de jugar, lo reconozco. En este apartado, a todos nos viene un título en mente también muy de nuestros tiempos como es God of War. Como amante de la mitología grecorromana, mi contacto con el juego de SCEA fue toda una explosión de sensaciones; por un lado, supo crear un universo que no reprodujo los mitos de forma sistemática, sino que les dio un nuevo enfoque para hacer del gameplay una experiencia fascinante y ecléctica, con aportaciones de los mejores beat’m ups en 3d (Ninja Gaiden, Devil May Cry) y el plataformeo salpicado por inteligentes puzles de Prince of Persia, Tomb Raider o Legacy of Kain: Soul Reaver. A esto se le añadió un apartado gráfico a-pa-bu-llan-te que supo jugar con la saturación de colores para trasladarnos al mundo sangriento y vil de los dioses, aquel que permanece en el mito antiguo pero que ha sido borrado en pos de un Olympo simpático e idealizado en nuestra era. La osadía del héroe Kratos en el juego es plenamente comparable a la que tuvo Prometeo al robarle el fuego a los dioses para dárselo a los humanos, sólo que aquí no habrá castigo divino. El castigo lo infligimos nosotros en un desarrollo en que nos toparemos con Medusas e incluso con mastodónticas Hidras.

El anuncio y la promoción que estos días se ha producido alrededor de los españoles Over the Top y su Icarian: Kindred Spirits no lo había visto desde el lanzamiento de Clive Barker’s: Jericho, motivo de satisfacción para una industria nacional que necesita un empujoncito de los medios. Por cierto, en este nuevo proyecto para Wii Ware la mitología (el mito de Ícaro) y las posibilidades de la producción independiente van de la mano. Algo me dice que esto no puede salir mal.

sábado, 21 de marzo de 2009

Más que una experiencia, un objetivo


Me disponía a escribir sobre un viaje que me hubiera aportado una experiencia de índole cultural hasta que me he dado cuenta de que no tengo memoria de tal. Viajar, he viajado, pero cuando lo he hecho ha sido de forma programática, turística y con pocas perspectivas de ver la otra cara de la moneda, es decir, de no quedarme con la imagen predefinida de los lugares. Una visión, supongo, que normalmente se rompe cuando uno ahonda en un país, se mezcla entre sus gentes y descubre los verdaderos valores que se han ido construyendo a lo largo de generaciones.

Lamentablemente, como ya les digo, no puedo hablarles de ninguna aventura al extranjero de la que me sienta plenamente orgulloso, más si tenemos en cuenta que son contadas las ocasiones en las que he abandonado el país. De todas maneras sí que les puedo hablar de un sueño, un objetivo que está en mi mente desde que era un crío y que confío en que un día se materialice: viajar a Japón. Más allá de que me gusten la cultura manga y los videojuegos, santo y seña del país del sol naciente, mi atracción hacia ese lugar responde a un interés particular mucho más amplio que incluye, entre otros factores, la cultura, la historia, la lengua y los códigos sociales de los japoneses. También añadiría la religión en este apartado, no como fascinación, sino como motivo de estudio por la influencia que genera en el modus vivendi de las personas.

Es por eso que regularmente visito http://flapyinjapan.com/, un blog reconvertido a página web muy recomendable que narra la vida de un madrileño que desde hace años vive en Japón por motivos de trabajo. Tal y como apunta su autor, David Esteban, esta bitácora nació con la humilde intención de informar a familiares y amigos de los sucesos que le acontecían en tierras lejanas, y ha resultado ser todo un éxito en la red. Personalmente, debo decir que me interesa mucho el blog ya que supone la mirada a una nación diametralmente opuesta bajo el prisma de un hombre que comparte nuestro estilo de vida. Es, para que nos entendamos, una muestra perfecta de lo que comporta ser un pez fuera de la pecera y tener que adaptarse al nuevo medio. Así, en el blog encontraremos descripciones de parajes, fiestas, exposiciones, tiendas e incluso personas, sin caer en el fetichismo idealizado propio de las agencias de viajes, aunque, paradójicamente, este blog cuente con publicidad.

En lo concerniente a mí, les diré que, sí, que me encantaría perderme por Akihabara, ver de cerca el monte Fujiyama o acercarme al mercado de Tsukiji, el más espectacular del mundo. O, bien, gustaría de visitar los viejos templos de Kyoto, comprobar si el Gran Buda de Kamakura es tan grande como comentan o, ya que estamos puestos, de poner a prueba las bajas temperaturas de Hokkaido en un recorrido por la isla más septentrional del país. Sin embargo, esto no sería más que un viaje al uso, de mucho gusto pero no muy diferente a los referidos al inicio del post. Lo realmente interesante sería hacer como David Esteban, peregrinar a Japón el tiempo suficiente para aprender el idioma, hacer amigos y descubrir la cara oculta del país, tanto la buena como la mala (aquí incluyo los Hikikomori, por supuesto). Entonces, y sólo entonces, cambiaría mi percepción, la imagen infundada o los prejuicios que pueda tener del lugar. Estaríamos volviendo, pues, al concepto de viaje iniciático comentado en el post anterior.

Antes de que un día pueda cumplir tal objetivo, si es que realmente lo logro, sólo me queda aguardar. Esperar mientras observo la visión occidentalizada de Sophia Coppola en Lost in Translation (que me gusta mucho pero no deja de ser eso), el esnobismo de Isabel Coixet con el país nipón o, por el contrario, al revés; con la imagen japonesa de un autor occidentalizado, Haruki Murakami. Hasta otra.

sábado, 14 de marzo de 2009

La belleza del vivir


En In my life The Beatles hacían un canto a la vida. Todos los lugares y personas que amaremos a lo largo de nuestra existencia quedarán en la memoria, aunque también los malos momentos, nos decían los cuatro de Liverpool. Esta magnífica canción tiene mucho de lo que en su día propuso el poeta griego Konstantínos Kaváfis en su composición Viaje a Ítaca. Un poema que recoge la tradición homérica para resucitar el mito de Ulises y dotarlo de un significado inmortal. Desgranando sus deliciosos versos, el poema nos trae de nuevo el viejo concepto de viaje iniciático, una forma de conocer el mundo, vivir experiencias y obtener una respuesta en nuestro largo pero efímero paso por la vida. En otras palabras, una vía para determinar quién somos y qué rol desempeñamos en este complejo universo. No a la manera de Ramon Llull, más orientada a la iluminación divina, sino a la experiencia de una vida terrenal.

Un adagio que comparte con el también fantástico poema Oda a la vida, de Pablo Neruda, donde se aboga por sentir los placeres que nos brinda el día a día en detrimento de las penas que algún día cesarán. Esta idea cobra, en Viaje a Ítaca, un simbolismo que va más allá de los obstáculos que Odiseo encontró en su largo retorno a casa. Una epopeya que estuvo marcada por las amenazas de los gigantes Lestrigones, el embriagador pero tramposo canto de las Sirenas o la furia del cíclope Polifemo, en un ejercicio metafórico de las dificultades que nos depara la vida. Tal y como relata Homero en la Odisea, Ulises salió adelante (aunque tuviera que ser enganchado al cuerpo de un carnero para escapar de la cueva de Polifemo) de la misma manera que lo hacemos las personas cuando un bache se presenta en el camino. No deja de ser paradójico que en su llegada a Ítaca, Odiseo no se encontrara con su Ítaca soñada, la que él recordaba. El modelo de esposa fiel cuyo exponente es Penélope, la mujer del héroe, se ve amenazado por un concurso de pretendientes que quieren tomar la corona de Ítaca. Ulíses, pues, no tiene más remedio que luchar, y hacerlo en su propia tierra. Es decir, que Ítaca no existe, no es más que la viva expresión de la lucha constante, del camino sin fin.

Al leer Viaje a Ítaca he pensado en un film reciente que me ha dejado huella y que me gustaría recomendar a todos. La última obra de David Fincher, El curioso caso de Benjamin Button, describe con amor y maestría el mensaje que llevamos diciendo. No importa que, por casualidad, nazcas viejo y vayas rejuveneciendo progresivamente; la vida pasará de todas formas. Conocerás gente, pisarás muchas tierras y al final el tiempo habrá pasado. Como ese antiguo reloj que en la película de Fincher no hace más que señalar el tempus fugit para recordarnos la fugacidad del carpe díem.

sábado, 7 de marzo de 2009

La oligarquía artística


Hoy no vamos a hablar de tópicos, pero creo necesario empezar el post de esta semana con uno muy conocido por todos: el arte es universal. Vayamos a donde vayamos, siempre se comenta que la creación artística es un bien cultural que nos pertenece a todos, un torrente de imaginación e ideas que es fruto de la pluralidad y de la diferentes formas de expresión humanas. Sin embargo, esto es lo que se pretende transmitir, que el arte está al alcance de las masas y que puede ser degustado por éstas con tan sólo realizar una visita a un museo. Pero es ahí, en estos centros públicos, donde la realidad pone las cosas en su sitio con una metáfora muy clara; las barreras físicas que nos separan de las diferentes obras (pinturas, esculturas etc.) no hacen más que avivar un mensaje ulterior por el cual nos es permitido mirar, pero no tocar. Es una exhibición que se presenta dulcemente ante nosotros, pero que se vuelve amarga cuando ahondamos en la industria del arte.

En Granujas de medio pelo, Woody Allen nos presentaba a una pareja que se hacía multimillonaria al atracar un banco a través de un falso negocio de venta de galletas. Convertidos en nuevos multimillonarios, el matrimonio formado por Allen y Tracey Ullman cambiaba radicalmente su forma de vida para intentar colarse entre los círculos de poder de las élites culturales neoyorkinas. Su nueva casa se convertía en una mansión repleta de lujos y de piezas de un gran valor artístico y las fiestas con importantes invitados se sucedían muy frecuentemente. En ellas, estas citadas élites no hacían más que criticar “el mal gusto” de los nuevos ricos y su falta de sensibilidad, dado su origen humilde y “cateto”. Recuerdo perfectamente que en la película el matrimonio intentaba culturizarse visitando museos y galerías de arte, pero nunca podían escapar de su condición. Este hermetismo de la alta sociedad que denunciaba Allen es uno de los temas que nos toca más de frente cuando nos referimos al mercado del arte. Una fractura social que niega la teórica universalidad antes comentada y que deja la creación artística sólo al alcance de unos pocos.

Como bien expuso José María Perceval en la última clase, gran parte de la culpa la tiene el gusto, gestado en las grandes cortes de los siglos XVI y XVII únicamente para originar una competencia corrosiva entre la alta sociedad, y también para marginar todavía más a según qué núcleos sociales. El gusto, pues, se ha erigido en el perfecto catalizador del arte de unos pocos. Este fantástico texto nos remite a otra de las muestras aportadas en clase, El jardín a Auvers de Van Gogh, cuadro por el que el estado francés pagó 24 millones de euros y cuya autenticidad autoral fue cuestionada por una historiadora del arte en 2001. En este caso, la duda fue suficiente para ver cómo su valor se desplomaba automáticamente (he aquí la gran hipocresía). Otro ejemplo, y quizá el más rimbombante, es el del Trono art decó, creado por Eileen Gray y en posesión del ya difunto magnate Yves Saint Laurent, que vale la friolera de 21’9 millones de euros. Una cifra vergonzosa cuando en todo el mundo la palabra que resuena con más fuerza es la de crisis.

No obstante, lo comentado es sólo una parte de esta maquinaria infernal, cuyo mecanismo funciona, en parte, gracias a nosotros, que visitamos los museos pensando que nuestro conocimiento cultural sale revitalizado de una forma sana. Mentira. Todo está dispuesto para que los grandes museos mantengan una rivalidad a muerte, albergando obras que, en la mayoría de casos, no les pertenecen. Y, si no, que se lo cuenten a Egipto, que vio cómo el imperio americano, inglés y francés le saqueaba un gran número de reliquias para mostrarlas al mundo. “El British Museum es una visita obligada”, le dirán cuando usted viaje a Londres. Precisamente, una noticia reciente comenta que China está muy enfadada por la venta, en una subasta de París, de una cabeza de rata y otra de conejo que en su día fueron robadas del Palacio de Verano de Pekín. La cifra, 35 millones por cabeza. A partir de este momento, China le cortará las alas a Christie’s para defender su patrimonio. Y bien que me parece, oigan.

Y es que este es uno de los grandes problemas. El arte es cultura, patrimonio e historia viva de los hombres, civilizaciones y grupos sociales, y lo que no puede ser es que sea objeto de venta a unos pocos hombres y mujeres ricos que quieren decorar su hogar, despojando todo ese arte de su valor, ya no material, sino simbólico. Llegados a este punto, la reflexión que yo les propongo es la siguiente: ¿quién dicta el valor del arte? ¿Quién concluye que las obras de Hirst valgan 124 millones de euros? Todo forma parte de una política de mecenazgo en la que el poder y el refuerzo del egocentrismo patrimonial van de la mano. Otra cosa es que mañana vayamos a El Prado y exclamemos un “OH!” por cada cuadro de Velázquez que admiremos. Dónde está la magia simpática en este arte?

Video de la película anteriormente comentada Granujas de medio pelo, donde gran parte de lo expuesto en el post queda muy bien reflejado. Hasta otra.

sábado, 28 de febrero de 2009

La etiqueta nacional


Lo reconozco. Nunca he sido muy avezado en el arte. Hasta ahora, cuando había escuchado cosas sobre el pintor español Joaquín Sorolla, una imagen predefinida se reproducía automáticamente en mi cabeza: El paseo en la playa. Considerado como el maestro del costumbrismo e impresionismo español, Sorolla cuenta con un buen compendio de obras que transmiten la luz y el calor propios de las, entonces, bellas playas de Valencia de inicios del siglo pasado. Niños en la playa o Saliendo del baño son sólo algunos ejemplos de la imagen agradable y eternamente conocida del pintor. Sin embargo, cuando asistí a la clase teórica del pasado lunes, que me pareció muy interesante y bien hilvanada en cuanto a ejemplos aportados, me di cuenta esencialmente de dos cosas; en primer lugar, que mi perspectiva de la obra de Sorolla era muy limitada hasta la fecha, puesto que no sabía acerca de sus cuadros dedicados a la visión folclórica de España y, por otro lado, que detrás de esta faceta artística se escondía un vivo ejemplo de cómo la industria cultural puede llegar a dominarnos silenciosamente.

Todo arte tiene una intención y, viendo los cuadros de Sorolla dedicados al regionalismo español (Los Nazarenos es un claro ejemplo), uno podría pensar tranquilamente que este hombre quiso reflejar la tradición, la cultura y la esencia de España en un ejercicio de patriotismo artístico muy convincente. Nada más lejos de la realidad, todas estas ideas desaparecen al descubrir que dichas obras fueron un encargo del mecenas norteamericano Archer Milton Huntington, deseoso de decorar su Hispanic Society con un conjunto de obras que dieran respuesta directa y complaciente a la visión foránea de nuestro país. No fue lo de Sorolla, pues, una reivindicación nacional, ni tampoco la expresión de un amor incondicional hacia España, sino un encargo por el cual debió enjaular y estereotipar, artísticamente hablando, la realidad española, la de sus gentes y en general el modus vivendi de ese contexto. He aquí, pues, un nuevo caso que encaja perfectamente en la industria cultural: la industria como encargo, como un modelo establecido que debe obedecer a unas órdenes marcadas para satisfacer la demanda a cambio, obviamente, de una suma cuantiosa de dinero. La exposición Sorolla. Visiones de España, organizada por BANCAJA y que se puede ver en el Museu nacional d’Art de Catalunya, da fe de ello.

Desgraciadamente, ésta es tan sólo una muestra de cómo el imaginario infundado de las sociedades, en este caso de la nuestra, termina creando un modelo del cuál es muy difícil escapar. El mundo del cine, por referirnos a un medio de masas con gran influencia social, está repleto de casos en los que se ha optado por esta vía, aplaudida y venerada inconscientemente por todos. Un caso reciente es el de Vicky Cristina Barcelona, film de Woody Allen que se adapta perfectamente a estos parámetros, mostrando una Barcelona de postal únicamente planteada para que los extranjeros reafirmen su limitado conocimiento sobre esta ciudad, la identidad española y la catalana, si me apuran. Lástima que, bajo este bello envoltorio de pomposidad gaudiniana, se esconda una mirada totalmente errónea de la misma perspectiva foránea de Barcelona. Vicky Cristina Barcelona no sólo fracasa como película (de una calidad ínfima), sino que también lo hace como postal o guía de Barcelona debido a una imagen difusa de nuestra cultura (que suene Paco de Lucía mientras aparece un plano de Las Ramblas no es, precisamente, un reflejo de la identidad catalana).

Por cierto, y ya que hablamos de esta película, me gustaría resaltar la figura de Penélope Cruz, cuya actuación en el film le ha valido un controvertido Oscar a la mejor actriz de reparto. Se acuerdan de sus palabras al recoger el trofeo? después de los agradecimientos se refirió a su pueblo natal, Alcobendas, en un intento por autoconvencerse y convencer al mundo de que ha sido capaz de ganar un Oscar habiendo nacido en un “inhóspito y humilde lugar” como ése. Todo esto gusta en Hollywood, al igual que gusta su papel de española efervescente de lívido (Jamón, Jamón o en la misma Vicky Cristina Barcelona) que nos remite al viejo modelo de La Carmen.

No quiero ser etnocentrista, así que vamos a dejar las cosas claras. Esto sucede en todos los lugares habidos y por haber, y nosotros nos vanagloriamos de ello. ¿Qué pretende, si no, la película El último samurái? que descubramos ese Japón místico y puro, del cual tanto se regocija Hollywood, de la mano de una superestrella como Tom Cruise. Se acuerdan de Bailando con lobos? Más de lo mismo. La 7 veces oscarizada película de Kevin Costner nos quiso mostrar cómo vivían los indios norteamericanos antes de ser vapuleados por los blancos para que expresáramos: “No estaba equivocado, los indios vivían así”. Por no mencionar la ganadora de esta edición de los Oscars, Slumdog Millionaire, que, como apunta Jordi Costa en su crítica, es un perverso intento por erradicar el sentimiento de culpa del colonialismo inglés en la India.

Así pues, y respondiendo a la pregunta sobre si podemos huir o no de los tópicos cuando se constituye una estética determinada, no puedo decir ni que sí ni que no, ya que toda estética tiene su origen en la realidad, y todo artista o creador se basará en referentes que le sean próximos para dar vida a sus obras. De todas maneras, aunque no podamos huir de los tópicos, creo que siempre se pueden abordar desde un punto de vista diferente. Para eso, antes que nada, hace falta voluntad, porque si nos conformamos con ofrecer lo que todos quieren ver y escuchar, no sólo estaremos cayendo en el tópico si no que lo estaremos legitimando, que es todavía peor.

Esto es todo por hoy. Para terminar, les dejo un video de la película de Fernando Trueba La niña de tus ojos, donde Penélope Cruz hace eso que tanto gusta ver. Algún día dejaremos de ser toreros?

domingo, 22 de febrero de 2009

La barbarie silenciosa


Este año se celebran los 400 años de un suceso que ha marcado la historia de España pero que, con el tiempo, parece haber caído en el olvido e incluso ser ninguneado. La expulsión de los moriscos de la Península Ibérica, que se produjo en el año 1609, puede ser catalogada, sin exagerar, de un holocausto o barbarie silenciosa que procedió en el país como una suerte de “limpieza étnica” con un fondo religioso.

Adentrándonos un poco en la historia de nuestro país, hay que situar la expulsión de los moriscos en un marco dominado por una Europa presa de la cristiandad más ferviente e impositiva. Tal y como se expresa en este artículo de Álvaro Galmés de Fuentes, el hecho de ser mudéjar en España durante los siglos XII, XIII y XIV no era una condición intolerable, así que esta minoría podía conservar su religión y tradición en “una situación de sano equilibrio”. Pero esta convivencia no se prolongaría por mucho tiempo, dado que, cómo nos explica detalladamente el citado artículo, en la conquista de Granada de 1491 se empezó a forjar la expulsión producida más de 100 años después. La figura de fray Jiménez de Cisneros fue clave en este proceso, dado que obligó a los mudéjares granadinos a convertirse forzadamente el cristianismo, hecho que desencadenó en la rebelión de las Alpujarras de 1490-1500. Significativas son las palabras del notable morisco, Yuçé Benegas, sobre lo acontecido:

“I tengo par mí que nadi lloró con tanta desventura como los hijos de Granada . No dubdes mi dicho por ser yo uno d-ellos y ser testigo de vista , que vi por mis ojos descarnecidas todas las nobles damas , ansí viwdas como casadas , i vi vender en pública almoneda más de treçientas donçellas … Yo no lloro lo pasado , pues a ello no ay retornada , pero lloro lo que tú verás , si as vida i atiendes en esta tierra i en esta isla de España … Y todo será crudeza y-amargura para quien abra sentido . I lo que más duele , ¿ Qué serán los muslimes a par de los cristianos , que no reusarán sus trajes ni escivarán sus manjares ? … Si el rey de la conquista no guarda fidelidad , ¿ qué aguardaremos de sus suzesores ? “ .

Fuente: Los Moriscos (Álvaro Galmés de Fuentes)

Este foco represivo se extendió rápidamente al reino de Castilla, y más tarde al de Aragón, así que la conversión al cristianismo se convirtió en una premisa de obligado cumplimiento en la península. Con este estado de las cosas, el artículo de Wikipedia nos cuenta cómo, durante estos años, se fueron labrando una serie de causas definitivas para llevar a cabo la expulsión. Entre éstas, destacan el hecho de que los moriscos (ya mudéjares convertidos: "Se dice del musulmán a quien se permitía seguir viviendo entre los vencedores cristianos sin mudar de religión, a cambio de un tributo", según 1609-2009) seguían constituyendo una minoría social a parte pese a la conversión y, sobre todo, los intentos fallidos del cristianismo europeo por apaciguar la corriente protestante. Hacía falta, pues, un golpe de efecto. Una maniobra capitaneada por el rey de los ya dos reinos unificados, Felipe III, quien no dudó en decretar la expulsión de los moriscos el 9 de abril de 1609.

Desde nuestra butaca, se hace muy complicado tan siquiera imaginar los mecanismos que se llevaron a cabo para esta expulsión étnica en toda regla. Por el camino quedó un legado histórico, una tradición milenaria que había dotado la península de pluralidad y riqueza cultural y que, en cuestión de días, fue rebanada de una forma inhumana, obligando a esta comunidad a abandonar una tierra que también les pertenecía. Literatos como Ibrahim Taybili, Ibrahim de Bolfad o Al-Hayari Bejarano dan fe de unas raíces que fueron víctima de un suceso terrible, que se cobró la expulsión de 300.000 personas del país. El proceso no sólo tuvo consecuencias atroces en lo humano, sino que además castigó a muchos elementos relativos al mundo árabe. Un ejemplo es el que nos expone el autor Roger Boase en su texto The Muslim Expulsion from Spain, donde se explica que más de 5.000 libros pertenecientes a esta tradición fueron quemados.

Desde mi punto de vista, es sumamente importante que tengamos en cuenta los hechos acontecidos en el pasado, ya que actualmente estamos viviendo una nueva repoblación del mundo arábigo en España, y no deberíamos caer en errores de moralidad fáciles, tales como la xenofobia o el racismo. Así, no deja de ser preocupante que por la red circulen textos como el que les adjunto a continuación: La expulsión de los moriscos: una cuestión perenne. Este lamentable escrito de Manuel Fernández Espinosa niega la barbarie de la expulsión morisca y se atreve a justificar sus medios, como un adagio que nos debe servir para luchar contra “el panorama actual”.
Para terminar, les dejo un video que se pronuncia en una línea similar, buscando “argumentos históricos” para demostrar que España no es ni ha sido nunca mora. Como podrán observar, el video se construye de una forma perversa a través de imágenes estáticas y textos tendenciosos, que desembocan en la idea de la “pureza de la raza española”.

Por este motivo, vuelvo a dejar claro mi mensaje: ahora, más que nunca, hay que vigilar. Vivimos en una época de cambios, de inmigración y de miedos infundados por los sectores más radicales de la sociedad. Este texto y video finales no hacen más que revitalizar una barbarie silenciosa en la actualidad. Reflexionemos sobre ello.

jueves, 19 de febrero de 2009

De presentaciones y otros convencionalismos

Hola a todos, mi nombre es Gerard Aragón Bracero y aquí empieza una aventura blogoesférica cuyo origen emana de la asignatura de Periodismo especializado en cultura de la Universidad Autónoma de Barcelona. Desde este espacio, intentaré analizar, criticar o tan sólo hacer mención de aspectos relacionados con el universo cultural. En lo que a mí concierne, soy un devoto del cine, un mundo que me apasiona desde que era niño y cuyas perspectivas de análisis me parecen fascinantes. Autores como Stanley Kubrick, Alfred Hitchkock, David Fincher o Quentin Tarantino han logrado que el cine se convierta en un medio de expresión apasionante, con aportaciones de gran valor intelectual, cultural y social que traspasan las fronteras de la gran pantalla para convertirse en modelos generacionales. Otra de mis grandes preferencias son los videojuegos, un medio banalizado por su indebida asociación con la violencia y con el público infantil, pero de grandes posibilidades y fórmulas culturales que ya han dado mucho que hablar y lo seguirán haciendo en el futuro. La literatura y la música terminan de redondear este apartado.

Ahora ya me conocen y, por lo tanto, es el momento de dar vida a esta bitácora, que espero que disfruten tanto como un servidor.

Saludos