sábado, 23 de mayo de 2009

Muriendo de nuevo


La base del ensayo-error. La muerte rápida, pícara a la par que estimulante. En 1989 una fábula inspirada en Aladino y la lámpara maravillosa, uno de los relatos de Las mil y una noches, fue trasladada al universo del píxel dando lugar a un videojuego que pocos se atreverían a no catalogar de clásico. Prince of Persia, creado por el autor del olvidado Karateka, Jordan Mechner, supo romper con el concepto plataformero de Super Mario Bros, que aun aprovechando las características del entorno, daba prioridad a la presencia de los enemigos en pantalla como obstáculo para el avance del protagonista. Prince of Persia supo cambiar esta dinámica para convertir el entorno en una viva boca del lobo, donde nuestro personaje tenía que burlar todas las trampas perfectamente diseñadas para sesgarle la vida en el momento más inoportuno de la aventura. En este marco, los vigilantes-enemigos del juego aparecían como una parte más de este engranaje monstruoso, pero ni de lejos representaban la fuerza de la tremenda dificultad característica del título. Más bien servían como fuente de ubicación dentro de los pequeños pero laberínticos escenarios del juego.

Casi 20 años más tarde, Prince of Persia Classic nos trae la viva esencia de esta obra de culto de las dos dimensiones, y lo hace con un aspecto renovado cuyo origen reside en los diseños creados en la pasada generación, cuando el Príncipe renació de las cenizas gracias a Ubisoft y nos sorprendió con ese gran e infravalorado Prince of Persia y las arenas del tiempo. Prefiero no referirme a Prince of Persia 3D. Pues bien, Qué nos aporta este remake del viejo título? A primera vista, poca cosa, puesto que efectivamente se trata de la misma obra, con un más que decente pulido gráfico, un notable trabajo de iluminación y unas animaciones fantásticas (como ya lo fueron las del juego de 1989, captadas a partir de una persona real). No obstante, no puedo hacer más que recomendar el título fervientemente a todo el mundo.

Las razones, ahí las dejo. En un tiempo en el que prima la velocidad de juego por encima de la concentración del jugador, Prince of Persia Classic nos devuelve al pasado en tan sólo 10 segundos de juego. Recuperaremos la vetusta precisión milimétrica y nuestra simbiosis con el pad o moriremos ensartados como pinchos morunos. Esta es la ley decretada por Prince of Persia Classic, un reto en el que sufriremos una y otra vez pese a recordar que, cuando eramos niños, caíamos en la misma trampa. Los nuevos movimientos con la espada y las, digámoslo, desesperantes y "modernas" luchas no harán más que incentivar un desasosiego enterrado en nuestras neuronas, ahora acostumbradas a liberarse y desmelenarse con las notas de Guitar Hero.

Prince of Persia Classic no es, pues, tan solo un remake; es el reencuentro con ese jugador que llevamos dentro, el que había lanzado más de un mando al suelo y después lo había inspeccionado minuciosamente esperando no encontrar ralladas o alguna parte realmente destrozada. Una declaración de amor al jugador de siempre que también se atreve a desafiar a los recién llegados, sector que posiblemente tirará la toalla antes de poder salvar a nuestra querida princesa en los 60 minutos de locura que nos propone el juego. O no.

Para que veáis que no son tan malos, los chicos de Ubisoft se han dignado a incluir checkpoints que facilitan la tarea entre partes del escenario. Eso no quita, para nada, que Prince of Persia Classic vuelva con la misma fuerza y magia para seducirnos de nuevo.

La voz de la experiencia


“Para ser un buen periodista, primero hace falta ser una buena persona”. Estas palabras resumen perfectamente la concepción que el reportero polonés, Ryszard Kapuscinski (1932-2007), tenía del periodismo. Una profesión que lo llevó a recorrer el mundo para describir la realidad de los países más pobres y conflictivos de África, Asia y América Latina. Obras como El emperador, El Sha o El Imperio dan fe de ello presentándonos unos cuadernos de viaje llenos de dramatismo y de denuncia.

La obra que nos ocupa, Los cínicos no sirven para este oficio, publicada en el año 2002, se inscribe en la madurez del autor, que aprovecha su dilatada experiencia en el campo de la información para ofrecernos una visión personal del periodismo, bebiendo de la retrospectiva para explicar el pasado, describir el presente y diseñar el futuro de esta profesión. Planteado como un diálogo y entrevista, el libro se divide en tres partes bien diferenciadas: la primera hace referencia al encuentro que, en el año 1999, Kapuscinsky mantuvo con jóvenes periodistas en el marco del VI Congreso “Redactor Social”, y representa una convincente reflexión sobre la ética periodística, así como un profundo canto a la vocación frente a las adversidades de este modus vivendi.

El segundo apartado de la obra debe su origen a una entrevista que el periodista y fotógrafo Andrea Semplici realizó a Kapuscinsky en el citado congreso de 1999, El tema que preside esta segunda parte es la evolución histórica del continente africano después de la descolonización post Segunda Guerra Mundial. Aquí aparece la versión más crítica del periodista polonés, que, después de repasar la trayectoria de importantes líderes africanos como Kwane Nkrumah, explica las causas que han conducido a África a ser un continente cada vez más pobre y olvidado por todos.
El último segmento del ensayo nos presenta un choque verbal entre dos genios, Kapuscinsky y John Berger, crítico de arte que ha dedicado su fastuosa carrera a concebir la vida de los agricultores. La actividad itinerante del primero y el sedentarismo del segundo se entremezclan para crear un relato lleno de vivencias donde destaca, por encima de todo, la admiración recíproca de los dos autores.

Grosso modo, Los cínicos no sirven para este oficio supone una travesía de Kapuscinsky por los males del periodismo actual, que el autor identifica con el crecimiento excesivo de las grandes corporaciones, y el poder que se desprende de éstas, y con la instrumentalización política de los medios de comunicación. Pero lo que realmente prevalece de esta obra es que Kapuscinsky, emulando a su admirado Heródoto, fue un gran observador de los conflictos de su tiempo y al mismo tiempo el cronista de un mundo completamente desconocido que supo adaptar al prisma de la cotidianidad. En definitiva, estamos delante de un bello ensayo, la tesi del cual clama por una meta llena de bondad y de esperanza. El deseo de un periodismo honrado y comprometido.

Va de aforismos...

Los aforismos son pequeñas píldoras de conocimiento concentrado, generalmente expuestas por personas ilustres o famosas. Exponen sentencias de índole moralista, pero no por ello suelen renunciar al sarcasmo. Y debo reconocer que eso me gusta.

Gustave Flaubert, escritor de la famosa obra Madame Bovary, pronunció en su día la siguiente afirmación: “Tres condiciones se requieren para llegar a ser felices: ser imbécil, ser egoísta y gozar de buena salud; pero bien entendido que si os falta la primera condición todo está perdido”.

Aunque sabemos que Flaubert tenía una visión pesimista del ser humano y de la vida, este aforismo me parece brillante ya que anuncia verdades como templos. No negaremos que hay muchos momentos de felicidad en nuestras vidas, pero también es cierto que hay gente que lo ve todo de color de rosa y prefiere engañarse antes que reconocer que, como todos, también tiene problemas en determinados momentos. He aquí una forma simple e irónica de ponerlo de manifiesto.

sábado, 16 de mayo de 2009

Tango

Ocho minutos de cuerpos superpuestos y acciones solapadas. Este corto, que lleva por nombre Tango, es una obra del cineasta polaco Zbigniew Rybczynski, creador de numerosos cortometrajes experimentales como este que les presento. Tango, que ganó un Oscar en el año 1983, plasma con maestría la barroquización visual a través de 36 personajes que aparecen en un único plano fijo y desempeñan acciones determinadas que se entrecruzan en el espacio y en el tiempo. En breves instantes se pasa del caos más absoluto al silencio inicial, y todo con una técnica simple pero a la vez fascinante.

Aprendizaje


Nunca me ha gustado definirme. Creo que etiquetar las aptitudes o características de una persona bajo un único concepto es tapar todos los matices y partes del engranaje que dan vida al ser o elemento a describir. Nos piden que definamos nuestro blog con una palabra que recoja en gran parte su esencia, sin olvidar, como ya he dicho antes, que esta palabra sólo contendrá una pequeña porción de lo que representa el todo. La palabra con la que voy a describir mi blog no es otra que aprendizaje. No un aprendizaje de los compañeros que lo visitan, que eso lo identifico más como un intercambio de información, sino de un aprendizaje personal. El hecho de poseer un blog y tener que elaborar una entrada te obliga a ilustrarte a ti mismo para poder expresar y transmitir los mensajes a los demás.

Muchas cosas ya las sabemos o aprovechamos ciertos temas para hacer correlaciones de ideas, pero lo cierto es que, en más de una ocasión, tenemos que llevar a cabo un proceso de documentación. Y es en ese camino hacia el conocimiento donde nosotros realizamos un ejercicio de aprendizaje que difícilmente olvidaremos. El escrito sobre un tema determinado ha quedado colgado en el blog, pero la huella del saber lo ha hecho en nuestra mente, y creo que esta es una de las grandes virtudes de esta herramienta online.

domingo, 10 de mayo de 2009

El viaje de Sonyhiro


Una locura en forma de post conversacional. Este es el último reto propuesto por José María Perceval en la clase de cultura del lunes pasado. Cruces tan metrosexualmente lisérgicos como el de Sawyer de Lost y Freddie Mercury, o tan diametralmente opuestos como el de Bécquer y Maciá. La fantasía que aquí van a encontrar es, si cabe, más descacharrante de lo que puedan imaginar. Un cruce entre Hayao Miyazaki y el protagonista de la obra Crimen y Castigo, Rodion Romanovich Raskolnikov.

La quedada tendría lugar en un sitio donde todo es posible: la mente de Miyazaki. Se encuentra en su estudio el viejo dibujante japonés, pensando en una nueva obra después de firmar Ponyo en el acantilado. El hombre está espeso y decide echarse un rato antes de proseguir con su trabajo. De repente, cae en un profundo sueño. El viaje al subconsciente lo traslada a una extraña dimensión donde los fondos están compuestos por retazos de su obra. Detrás de un árbol se percibe la sombra de Totoro, una avioneta comandada por Porco Rosso surca los cielos dejando una visible estela a su paso y, a lo lejos, la estampa de una niña parece saltar por encima de las olas. En medio del paisaje, una mesa redonda y pequeña alberga la figura de un hombre joven. El bueno de Hayao se acerca lentamente a la mesa y decide sentarse y hablar con él.

H: Hola chico, mi nombre es Hayao Miyazaki. ¿Cómo te llamas, hijo?

R: Mi nombre es Rodion Romanovich Raskolnikov, aunque todos me llaman Raskolnikov a secas. Suena mejor y así evito el chiste fácil de las tres erres, dice el joven.

H: ¿Raskolnikov? ¿Ese no era el nombre del protagonista de Crimen y Castigo, la famosa obra de Dostoyevski?

R: Sí, eso parece.

H: Caramba, no esperaba cenar con una creación del autor que influenció al suicida Yukio Mishima

R: Perdona???

H: No, nada. Estaba pensando en voz alta. Y, dime, ¿qué estás haciendo aquí?

R: Yo? Nada en especial. Bueno, sí, estaba reflexionando un poco sobre la vida y esas cosas.

H: La vida, eh? Qué experiencia tan maravillosa. Todo es luz y color, alegría y pureza. Aaahh, qué aire más puro se respira por estos lares…

R: Color, alegría y pureza? Me parece que no tenemos la misma visión del mundo. Para mí todo es gris, triste y carente de sentido.

H: Algo habrás hecho o te habrá pasado para pensar así siendo tan joven, no?

R: Padre, perdóname porque he pecado…

H: Padre? Me has visto con cara de llevar sotana?

R: No, pero es lo que siempre se dice cuando uno se confiesa…

H: Dime, pues, qué es lo que has hecho…

R: He matado, y todo por dinero.

H: No soy cura, pero eso no tiene perdón de Dios. Cada árbol, cada flor, todo está repleto de vida y tú, te arrepientas o no, has sesgado una.

R: Y qué puedo hacer?

H: A partir de este momento, sólo te queda amar con todo tu corazón…y, de paso, entregarte a la ley, que veo que no estás mucho por la labor.

R: Sí…supongo que algún día lo tendré que hacer, pero es que no sabes el frío que hace en los viejos campos de Siberia. Y, además, está Sonya

H: Si tienes frío, imagina que te encuentras en una playa llena de peces voladores y ya verás como el frío se te quita de golpe. ¿Quién es Sonya?

R: Es una chica…verás, ejerce de meretriz, pero lo hace por su familia. La quiero…

H: Eso está bien. Más o menos lo que hizo Chihiro, en ese caso limpiar un balneario de dioses para salvar a sus padres, que estaban convertidos en cerdos. Si es que tengo más mala leche de lo que parece…

R: Ya lo veo, jajaja

H: jeje…

Y así, con su característica tranquilidad, Hayao Miyazaki despierta de su sueño. Y lo hace con una sonrisa en sus labios, sabedor que la inspiración ha llegado a él. Lo tiene claro: su próxima obra se llamará, no El viaje de Chihiro, sino El viaje de Sonyhiro. Una historia sobre la Rusia de finales del s.XIX, donde la protagonista, Sonyhiro, pasa de prostituirse para salvar a su familia a hacer un viaje a los campos siberiano. Una experiencia de trabajos forzados que ni ella ni su amado Raskolsasuke, encerrado por un asesinato, olvidarán jamás.

sábado, 9 de mayo de 2009

La alma del niño


Me piden en clase de cultura que elija a un personaje, ya sea real o ficticio, y exponga unas cuantas razones para su defensa. Había pensado en varios, pero al final me he quedado con uno muy especial: Hayao Miyazaki, el mejor mangaka habido y por haber y del cual precisamente esta semana he visto su última película de animación, la brillante Ponyo on the cliff by the sea.

¿Por qué me siento identificado con el personaje?

A pesar de no haber leído o visionado todas sus obras, me siento identificado con este dibujante japonés porque es un artesano de la animación que no ha cedido al modelo mercantilista de la industria del manga. Para el que no lo conozca, es el creador de obras tan significativas como Mi vecino Totoro o El viaje de Chihiro.

Valores del personaje:

El mayor de ellos es su visión artística y personal de la animación, que le ha convertido en todo un creador de mundos llenos de vida y fantasía que se saltan las reglas canónicas del manga más comercial. Además, Miyazaki siempre dota sus obras de un sentido ecologista y en defensa de la naturaleza. Unos valores que se entremezclan con la humanidad de sus personajes para construir unos relatos de una gran belleza plástica y de un discurso conmovedor tanto para niños como adultos.

Si tuviera que trabajar sobre este personaje, ¿qué punto destacaría?

Si tuviera que abordar su figura, me centraría sobre todo en el amor con que da vida a cada una de sus obras, con unos personajes que son fruto de un auténtico derroche de imaginación. Por eso, no es de extrañar que comúnmente Miyazaki sea conocido como “El Walt Disney japonés”.

¿Qué papel adoptaría en el mundo del personaje?

Ante todo, me conformo con ser un mero espectador que tenga el privilegio de ver sus creaciones, pero si tuviera que adoptar por fuerza un papel dentro de su mundo, me gustaría ser el clásico personaje secundario. Alguien que pudiera contemplar de cerca todo el torrente de magia que se reproduce en la obra y que también pudiera hacerse partícipe de esta.

¿Qué ha aportado a la sociedad?

Una obra que discurre a través de numerosas películas de animación elevadas, prácticamente, a la categoría de arte. Ha roto con el afán de lucro propio de la industria del manga y ha demostrado que, aunque pase el tiempo, la animación tradicional, si es de calidad, puede competir e incluso superar a las grandes obras de estudios como Dreamworks. Todo esto sin renunciar a esa alma de niño encerrado en el cuerpo de un adulto que, junto al estudio Ghibli, le ha conducido a dejar un sello imborrable dentro de la cultura japonesa.

¿Crees que merecería ser objeto de estudio o ser protagonista de un producto específico?

Por supuesto. Si estuviera en mi mano, haría un producto audiovisual que repasara la trayectoria del personaje alrededor de dos ejes paralelos: su faceta como persona y como artista. Destacaría su figura y la del estudio Ghibli en algo muy complicado de hacer: enseñar valores a los niños y hacerlo, al mismo tiempo, con una maestría capaz de ser percibida por los adultos. Para reencontrarnos, si cabe, con esa alma de niño que todos guardamos dentro.

sábado, 2 de mayo de 2009

La bomba celestial


Recientemente leía Watchmen y descubría una obra totalmente imprescindible. En 1986, Alan Moore y Dave Gibbons supieron romper con la tradición superheroica para presentarnos un universo donde los superhéroes no responden a un tratamiento idealizado, sino a un perfil tremendamente realista que lleva al autor a cuestionarse, continuamente, la cordura, emociones, moralidad y sentimientos de unos vigilantes de carne y hueso enfundados en pomposas mallas. Son personajes que, por alguna extraña razón o simples motivaciones personales, decidieron ponerse una máscara y empezar a combatir el crimen. De toda la entrañable plantilla de Watchmen, hay un personaje que me gustaría destacar, y no es otro que Jon Osterman, popularmente conocido como el Doctor Manhattan.

Jon Osterman es una pieza clave para entender Watchmen. Es el único superhéroe de la obra que puede ser catalogado como tal, ya que realmente posee poderes sobrenaturales, fruto de un accidente nuclear. El Doctor Manhattan puede crear o destruir la materia, así como teletransportarse en el espacio. Sin embargo, hay un factor que convierte al Dr. Manhattan en algo más que un personaje que sufrió un accidente radioactivo, y es la posibilidad de saber todo lo que va acontecer en el futuro. Las acciones de la gente, los cambios en el mundo e incluso su mismo destino son percibidos por el personaje como elementos que están en constante evolución con un tiempo inmutable. De ahí que en Watchmen se explique que cuando la sociedad americana descubrió al Dr. Manhattan, se dijeran cosas como “Dios existe y es americano”. En efecto, el accidente convierte a Osterman en un semidiós, un ser irreductible que en términos bélicos pasa a ser una auténtica amenaza mundial. Dicho de otra manera, el que un día fuera el inteligente hijo de un relojero, constituye más tarde la mayor arma de destrucción masiva de la historia de la humanidad. Una arma que, en poder de los E.U.A, cambia el curso de los hechos y conduce al pueblo americano a la victoria en la guerra del Vietnam.

En aras de entrar en una hipotética tercera guerra mundial entre E.U.A i la URSS, el Dr. Manhattan se erige en la baza del pueblo americano para acabar con la amenaza comunista. Una idea que se va al traste cuando en la opinión pública se lanza el rumor de que el contacto con Osterman provoca cáncer. Vilipendiado por un pueblo al que había prestado su ayuda, el personaje decide abandonar la tierra y viajar a Marte. Es un momento cumbre y maravilloso de Watchmen en el que Osterman reflexiona sobre el ser humano ante la inmensidad y vacuidad vital del planeta rojo. Su percepción milimétricamente perfecta de los sucesos que tienen lugar en el mundo choca irremediablemente contra la teórica espontaneidad del ser humano, de las emociones. Todo lleva a una decepción del personaje con la raza humana y a un triste auspicio de la resolución de tan gran novela gráfica, adaptada recientemente al cine.