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sábado, 9 de mayo de 2009

La alma del niño


Me piden en clase de cultura que elija a un personaje, ya sea real o ficticio, y exponga unas cuantas razones para su defensa. Había pensado en varios, pero al final me he quedado con uno muy especial: Hayao Miyazaki, el mejor mangaka habido y por haber y del cual precisamente esta semana he visto su última película de animación, la brillante Ponyo on the cliff by the sea.

¿Por qué me siento identificado con el personaje?

A pesar de no haber leído o visionado todas sus obras, me siento identificado con este dibujante japonés porque es un artesano de la animación que no ha cedido al modelo mercantilista de la industria del manga. Para el que no lo conozca, es el creador de obras tan significativas como Mi vecino Totoro o El viaje de Chihiro.

Valores del personaje:

El mayor de ellos es su visión artística y personal de la animación, que le ha convertido en todo un creador de mundos llenos de vida y fantasía que se saltan las reglas canónicas del manga más comercial. Además, Miyazaki siempre dota sus obras de un sentido ecologista y en defensa de la naturaleza. Unos valores que se entremezclan con la humanidad de sus personajes para construir unos relatos de una gran belleza plástica y de un discurso conmovedor tanto para niños como adultos.

Si tuviera que trabajar sobre este personaje, ¿qué punto destacaría?

Si tuviera que abordar su figura, me centraría sobre todo en el amor con que da vida a cada una de sus obras, con unos personajes que son fruto de un auténtico derroche de imaginación. Por eso, no es de extrañar que comúnmente Miyazaki sea conocido como “El Walt Disney japonés”.

¿Qué papel adoptaría en el mundo del personaje?

Ante todo, me conformo con ser un mero espectador que tenga el privilegio de ver sus creaciones, pero si tuviera que adoptar por fuerza un papel dentro de su mundo, me gustaría ser el clásico personaje secundario. Alguien que pudiera contemplar de cerca todo el torrente de magia que se reproduce en la obra y que también pudiera hacerse partícipe de esta.

¿Qué ha aportado a la sociedad?

Una obra que discurre a través de numerosas películas de animación elevadas, prácticamente, a la categoría de arte. Ha roto con el afán de lucro propio de la industria del manga y ha demostrado que, aunque pase el tiempo, la animación tradicional, si es de calidad, puede competir e incluso superar a las grandes obras de estudios como Dreamworks. Todo esto sin renunciar a esa alma de niño encerrado en el cuerpo de un adulto que, junto al estudio Ghibli, le ha conducido a dejar un sello imborrable dentro de la cultura japonesa.

¿Crees que merecería ser objeto de estudio o ser protagonista de un producto específico?

Por supuesto. Si estuviera en mi mano, haría un producto audiovisual que repasara la trayectoria del personaje alrededor de dos ejes paralelos: su faceta como persona y como artista. Destacaría su figura y la del estudio Ghibli en algo muy complicado de hacer: enseñar valores a los niños y hacerlo, al mismo tiempo, con una maestría capaz de ser percibida por los adultos. Para reencontrarnos, si cabe, con esa alma de niño que todos guardamos dentro.