sábado, 7 de marzo de 2009

La oligarquía artística


Hoy no vamos a hablar de tópicos, pero creo necesario empezar el post de esta semana con uno muy conocido por todos: el arte es universal. Vayamos a donde vayamos, siempre se comenta que la creación artística es un bien cultural que nos pertenece a todos, un torrente de imaginación e ideas que es fruto de la pluralidad y de la diferentes formas de expresión humanas. Sin embargo, esto es lo que se pretende transmitir, que el arte está al alcance de las masas y que puede ser degustado por éstas con tan sólo realizar una visita a un museo. Pero es ahí, en estos centros públicos, donde la realidad pone las cosas en su sitio con una metáfora muy clara; las barreras físicas que nos separan de las diferentes obras (pinturas, esculturas etc.) no hacen más que avivar un mensaje ulterior por el cual nos es permitido mirar, pero no tocar. Es una exhibición que se presenta dulcemente ante nosotros, pero que se vuelve amarga cuando ahondamos en la industria del arte.

En Granujas de medio pelo, Woody Allen nos presentaba a una pareja que se hacía multimillonaria al atracar un banco a través de un falso negocio de venta de galletas. Convertidos en nuevos multimillonarios, el matrimonio formado por Allen y Tracey Ullman cambiaba radicalmente su forma de vida para intentar colarse entre los círculos de poder de las élites culturales neoyorkinas. Su nueva casa se convertía en una mansión repleta de lujos y de piezas de un gran valor artístico y las fiestas con importantes invitados se sucedían muy frecuentemente. En ellas, estas citadas élites no hacían más que criticar “el mal gusto” de los nuevos ricos y su falta de sensibilidad, dado su origen humilde y “cateto”. Recuerdo perfectamente que en la película el matrimonio intentaba culturizarse visitando museos y galerías de arte, pero nunca podían escapar de su condición. Este hermetismo de la alta sociedad que denunciaba Allen es uno de los temas que nos toca más de frente cuando nos referimos al mercado del arte. Una fractura social que niega la teórica universalidad antes comentada y que deja la creación artística sólo al alcance de unos pocos.

Como bien expuso José María Perceval en la última clase, gran parte de la culpa la tiene el gusto, gestado en las grandes cortes de los siglos XVI y XVII únicamente para originar una competencia corrosiva entre la alta sociedad, y también para marginar todavía más a según qué núcleos sociales. El gusto, pues, se ha erigido en el perfecto catalizador del arte de unos pocos. Este fantástico texto nos remite a otra de las muestras aportadas en clase, El jardín a Auvers de Van Gogh, cuadro por el que el estado francés pagó 24 millones de euros y cuya autenticidad autoral fue cuestionada por una historiadora del arte en 2001. En este caso, la duda fue suficiente para ver cómo su valor se desplomaba automáticamente (he aquí la gran hipocresía). Otro ejemplo, y quizá el más rimbombante, es el del Trono art decó, creado por Eileen Gray y en posesión del ya difunto magnate Yves Saint Laurent, que vale la friolera de 21’9 millones de euros. Una cifra vergonzosa cuando en todo el mundo la palabra que resuena con más fuerza es la de crisis.

No obstante, lo comentado es sólo una parte de esta maquinaria infernal, cuyo mecanismo funciona, en parte, gracias a nosotros, que visitamos los museos pensando que nuestro conocimiento cultural sale revitalizado de una forma sana. Mentira. Todo está dispuesto para que los grandes museos mantengan una rivalidad a muerte, albergando obras que, en la mayoría de casos, no les pertenecen. Y, si no, que se lo cuenten a Egipto, que vio cómo el imperio americano, inglés y francés le saqueaba un gran número de reliquias para mostrarlas al mundo. “El British Museum es una visita obligada”, le dirán cuando usted viaje a Londres. Precisamente, una noticia reciente comenta que China está muy enfadada por la venta, en una subasta de París, de una cabeza de rata y otra de conejo que en su día fueron robadas del Palacio de Verano de Pekín. La cifra, 35 millones por cabeza. A partir de este momento, China le cortará las alas a Christie’s para defender su patrimonio. Y bien que me parece, oigan.

Y es que este es uno de los grandes problemas. El arte es cultura, patrimonio e historia viva de los hombres, civilizaciones y grupos sociales, y lo que no puede ser es que sea objeto de venta a unos pocos hombres y mujeres ricos que quieren decorar su hogar, despojando todo ese arte de su valor, ya no material, sino simbólico. Llegados a este punto, la reflexión que yo les propongo es la siguiente: ¿quién dicta el valor del arte? ¿Quién concluye que las obras de Hirst valgan 124 millones de euros? Todo forma parte de una política de mecenazgo en la que el poder y el refuerzo del egocentrismo patrimonial van de la mano. Otra cosa es que mañana vayamos a El Prado y exclamemos un “OH!” por cada cuadro de Velázquez que admiremos. Dónde está la magia simpática en este arte?

Video de la película anteriormente comentada Granujas de medio pelo, donde gran parte de lo expuesto en el post queda muy bien reflejado. Hasta otra.

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