sábado, 2 de mayo de 2009

La bomba celestial


Recientemente leía Watchmen y descubría una obra totalmente imprescindible. En 1986, Alan Moore y Dave Gibbons supieron romper con la tradición superheroica para presentarnos un universo donde los superhéroes no responden a un tratamiento idealizado, sino a un perfil tremendamente realista que lleva al autor a cuestionarse, continuamente, la cordura, emociones, moralidad y sentimientos de unos vigilantes de carne y hueso enfundados en pomposas mallas. Son personajes que, por alguna extraña razón o simples motivaciones personales, decidieron ponerse una máscara y empezar a combatir el crimen. De toda la entrañable plantilla de Watchmen, hay un personaje que me gustaría destacar, y no es otro que Jon Osterman, popularmente conocido como el Doctor Manhattan.

Jon Osterman es una pieza clave para entender Watchmen. Es el único superhéroe de la obra que puede ser catalogado como tal, ya que realmente posee poderes sobrenaturales, fruto de un accidente nuclear. El Doctor Manhattan puede crear o destruir la materia, así como teletransportarse en el espacio. Sin embargo, hay un factor que convierte al Dr. Manhattan en algo más que un personaje que sufrió un accidente radioactivo, y es la posibilidad de saber todo lo que va acontecer en el futuro. Las acciones de la gente, los cambios en el mundo e incluso su mismo destino son percibidos por el personaje como elementos que están en constante evolución con un tiempo inmutable. De ahí que en Watchmen se explique que cuando la sociedad americana descubrió al Dr. Manhattan, se dijeran cosas como “Dios existe y es americano”. En efecto, el accidente convierte a Osterman en un semidiós, un ser irreductible que en términos bélicos pasa a ser una auténtica amenaza mundial. Dicho de otra manera, el que un día fuera el inteligente hijo de un relojero, constituye más tarde la mayor arma de destrucción masiva de la historia de la humanidad. Una arma que, en poder de los E.U.A, cambia el curso de los hechos y conduce al pueblo americano a la victoria en la guerra del Vietnam.

En aras de entrar en una hipotética tercera guerra mundial entre E.U.A i la URSS, el Dr. Manhattan se erige en la baza del pueblo americano para acabar con la amenaza comunista. Una idea que se va al traste cuando en la opinión pública se lanza el rumor de que el contacto con Osterman provoca cáncer. Vilipendiado por un pueblo al que había prestado su ayuda, el personaje decide abandonar la tierra y viajar a Marte. Es un momento cumbre y maravilloso de Watchmen en el que Osterman reflexiona sobre el ser humano ante la inmensidad y vacuidad vital del planeta rojo. Su percepción milimétricamente perfecta de los sucesos que tienen lugar en el mundo choca irremediablemente contra la teórica espontaneidad del ser humano, de las emociones. Todo lleva a una decepción del personaje con la raza humana y a un triste auspicio de la resolución de tan gran novela gráfica, adaptada recientemente al cine.

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