lunes, 13 de abril de 2009

El ocio como forma de conocimiento


En Tiempos modernos, Charles Chaplin se servía de su ironía y sarcasmo para construir una crítica demoledora de la nueva sociedad industrial, un modelo que supo transformar los sistemas de producción gracias a la esclavización y explotación de los trabajadores. La película es del 1936, momento en que E.U.A todavía luchaba por salir de la gran depresión, la crisis económica más importante del siglo XX. Han pasado más de 70 años desde que el personaje de Charlot intentara aprovechar, sin éxito, su “tiempo libre” en la fábrica para comer, y podemos decir que nuestra situación ha cambiado diametralmente. Por suerte, las condiciones de trabajo respecto a los inicios de siglo han mejorado muchísimo, las horas de trabajo se han reducido y los periodos vacacionales aumentado para que la vida diaria tenga algún aliciente. Por otro lado, la crisis económica continúa y a diferencia de antes, el trabajo es cada vez más precario y con menos posibilidades de acoger la gran demanda de la población activa.

Decía que el tiempo de ocio ha aumentado para que la vida tenga algún aliciente, pero también lo ha hecho para que nuestro rendimiento laboral sea más alto y para que el sistema capitalista esté plenamente legitimado. A más descanso, más alegría y energía para afrontar la nueva jornada de trabajo. Hoy todavía se dan protestas sindicales con mayor o menor grado de seguimiento, pero nada tiene que ver con las sangrantes reivindicaciones obreras que se produjeron desde mediados del siglo XIX y durante gran parte del XX. Nos hemos convertido, pues, en felices marionetas del sistema con el único objetivo común de señalar en el calendario cuándo se avecinan los próximos días festivos. Hasta ahora, y a lo largo de los años, el tiempo libre ha sido sinónimo de abstracción: ferias ambulantes, circos, el cine o la misma cultura del alcohol han servido para desconectar, para olvidar fugazmente que mañana espera otro duro día de faena.

En este proceso, tal y como comenta mi compañero Imanol, sólo los hombres que han dispuesto de un ocio prolongado han aportado su conocimiento para mejorar o empeorar la sociedad. Desde los filósofos griegos, pasando por los pensadores religiosos como Tomás de Aquino, científicos como Copérnico o Galileo hasta los ilustrados del siglo XVIII. Todos ellos, con matices y disciplinas muy alejadas entre sí, han aportado su granito de arena a la cultura universal gracias a tres factores: la mayoría de ellos han sido hombres de una clase social alta y, consecuentemente, han dispuesto del tiempo necesario para desarrollar y cultivar su intelecto o, en el caso de algunos científicos, de invertir el dinero necesario en proyectos útiles.

Personalmente, me interesa mucho esta idea de gozar del tiempo de ocio para ampliar el conocimiento. Más que nada porque en la competencia que está creciendo en el mercado laboral ya no hay lugar para la solidaridad del trabajo en grupo. Es duro reconocerlo pero la imagen de los obreros trabajando juntos en la fábrica de Tiempos modernos está desapareciendo en pos del darwinismo académico. Sólo los más fuertes profesionalmente hablando serán aptos para desempeñar las funciones que requerirá el trabajo del mañana. Y, volviendo de nuevo a la idea del ocio, la única vía para ser competentes en este nuevo panorama laboral consistirá en emplear nuestro tiempo libre en formarnos culturalmente y en especializarnos. Quedará poco lugar, ya, para la abstracción antes comentada. Si es que algún día ha existido como tal.

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